El misterio del silencio y la vía mística


NUESTRA RELACIÓN PARADÓJICA CON EL SILENCIO HIZO QUE PRIMERO LO BORRÁRAMOS DE NUESTRAS VIDAS, LLENANDO EL MUNDO DE RUIDOSOS OBJETOS, PARA LUEGO DESEARLO COMO LA SOLUCIÓN A NUESTRO MALESTAR; ESTE IMPULSO DE BUSCAR EL SILENCIO, SU EXCLUSIVA DIMENSIÓN, ESCONDE TAMBIÉN UNA SED MÍSTICA.

Nuestra cultura tiene una relación paradójica con el silencio. Por un lado, lo hemos identificado con la divinidad o con lo místico (lo más valioso de lo inmaterial), ya sea como una cualidad de lo divino o como una estructura o una dimensión que permite lo místico —o al menos esa paz que nos brinda entendimiento. Por otro lado, hemos manifestado un consistente pánico hacia el silencio y el vacío, llenando el espacio de ruido y cosas innecesarias en un abigarrado impulso barroco que puede leerse como una forma de escapar del presente y de la inmanencia del ser.
El auge de la espiritualidad occidental, remezlcando tradiciones orientales, se sustenta en la idea de que es necesario encontrar el silencio para poder recibir visiones significativas, para aquietar la mente y poder escuchar la voz interna y encontrar el equilibrio que trae la sabiduría —más allá del mundanal ruido. Creemos que al acercarnos al silencio —aunque este sea ya una abstracción, un reciclaje metafísico o una utopía— nos acercamos a una región sagrada, donde el ser yace prístino, incontaminado en una especie de eternidad. Hay en el silencio algo como una nostalgia del principio del mundo. Existe incrustada en nuestra psique la noción arquetípica de que el origen es superior al devenir de una cosa —acaso apuntalada en el hecho de que lo inmanifiesto cuenta con un potencial relativamente ilimitado— y que el tiempo va despojando a las cosas de su pureza. El Tao, nos dicen, “es como un bloque de madera sin tallar”.

De la web "Centro Nagual" 
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