"Pedagogía del silencio"

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El silencio es, pues, completamente necesario, para contemplar la
realidad en sus diferentes niveles y estadios. Contemplar quiere decir sentarse,
abrirse al mundo y observarlo atentamente con los ojos interiores. Contemplar
no significa sólo mirar atentamente la realidad, sino distanciarse y fijarla en la
retina del espíritu. Implica un doble movimiento: en primer lugar, de
distanciamiento, tal como lo entiende M. Scheler, y, en segundo lugar, de
impregnación de lo real en el espíritu del individuo.

 La contemplación, como dice acertadamente Aristóteles, es el preludio
de la filosofía, es el principio del ejercicio filosófico. Filosofar significa describir la
realidad en su intimidad y máxima profundidad, en su verticalidad diría Ortega.
Para poder adentrarse en los angostos escondrijos del ente real, hay que
adoptar una actitud de silencio, de atención, de contemplación total.

 Por tanto, la primera gran lección del silencio es la contemplación. Esta
contemplación puede enfocarse en muchos campos y direcciones. Puede
tratarse de una autocontemplación o de una contemplación natural o incluso de
una contemplación divina. En cualquier caso, la contemplación sólo es posible
en un clima de silencio interior y exterior. En plena agitación resulta absurdo
proponerse el acto contemplativo.

 El proceso de autocontemplación ya lo hemos expresado germinalmente
más arriba. Es el proceso a través del cual el actor se convierte en su propio
espectador. Este proceso implica una duplicación del yo y posibilita el
conocimiento personal por medio de la interiorización. En último extremo, la
autocontemplación desemboca en el inmenso interrogante de la identidad
personal.

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"Pedagogía del silencio"   Francesc Torralba Roselló 
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