¡Guardar silencio…!
Reflexiones en torno al silencio
como espacio genético del hombre
"¡Guardar silencio! ¡Qué palabras más extrañas! Cuando
es el silencio quien nos guarda. "
La cita que encabeza nuestra reflexión se encuentra en la obra "Diario de un cura
rural" de George Bernanos, obra en la que la existencia de un joven presbítero va naciendo a
una vida nueva y propia frente a los otros que, como él, viven la misma vocación. La obra
nos invita a entrar en la escucha del silencio íntimo de su diario donde habla su propio
interior. Silencio en el que se va fraguando todo el proceso. Esta será la idea básica que
dirigirá toda nuestra reflexión: Nacemos a nosotros mismos en el interior de un silencio que
debe ser buscado, guardado para que nos descubra nuestra propia identidad y así nos guarde
de abortar nuestro ser.
1. El silencio ocultado
Ahora bien, el silencio en nuestra cultura no es reconocido como lugar de lucidez,
como lugar donde despertar el ser que nos habita, sino como lugar de su anulación. Aparece
como lugar falto de vitalidad y, por eso, “no solo no seduce, sino que tiene un efecto
somnoliento y disuasorio. Callar no está bien visto. Denota aburrimiento, apatía (…) el
silencio está mal visto”1. El ruido, el exceso de palabras y la velocidad en las imágenes y
sensaciones son los lugares donde parece habitar la fuente de la vida, aquella que nos
guardaría del anonimato tan temido por el hombree actual. El silencio no sería pues más que
un ladrón del propio ser.
El silencio ha sido expulsado de nuestro espacio vital por una civilización urbana,
tecnificada y de consumo. Se han reducido drásticamente los espacios en los que el oído no
es asaltado por ruidos sin mensaje o mensajes exteriores que buscan ocupar todo su espacio
perceptivo. El tráfico, el bullicio de las calles, el ruido de las cadenas de montaje, la música
ambiental de cualquier espacio interior, altavoces, MP3 convertidos en una parte más del
propio cuerpo, la televisión o las televisiones familiares como compañeras inseparables más
allá de su atención directa… Vivimos envueltos por un rumor continuo e indiscreto, apenas
percibido a pesar de su presencia omniabarcante y estridente, que nos hace sordos,
auténticamente sordos pues delimita nuestro espacio auditivo alejándole de la pregunta
interior y radical por la propia identidad que sólo nace cuando se aquieta la velocidad
siempre estruendosa de la vida. Contaminación sonora y contaminación visual por exceso de
ruido, palabras e imágenes que se muestran como una niebla espesa entre nosotros y nuestra
identidad. Así, cuando la pregunta parece advenir ya ha llegado otra imagen, otro mensaje,
otro ruido que la espanta exiliándola de nuevo al lugar de los no nacidos.
Pero, como puede apreciarse en toda tradición espiritual y constatan todos los que
reflexionan sobre este tema, el problema no es exclusivo de nuestra civilización urbana. La
ausencia de silencio no es un acontecimiento solamente involuntario provocado desde el
exterior, sino que se ha manifestado siempre como voluntad de huida del propio ser, como
huida de la propia libertad que se siente débil para enfrentarse al sentido de la actividad
humana en la que el hombre se realiza. De aquí que incluso cuando el ciudadano actual
busque o anhele la paz silenciosa de campo, cuando la habita termina por colonizarla con los
sonidos de la civilización. No es extraño que los intentos de recuperación del silencio en
nuestra cultura terminen como aquellos intentos de recuperación de matrimonios donde los
cónyuges están ya alejados interiormente y el roce permanente de unos días de vacaciones
sólo pone en evidencia su distancia y la imposibilidad de convivencia.
¿Puede el hombre actual habitar este silencio desde el que accede a su identidad? Por
otra parte, ¿puede ser él mismo sin habitarlo? Este es uno de los importantes dilemas a los
que debe enfrentarse cada hombre, también en este tiempo que se nos ha entregado para
vivir.
Publicado en Asidonense 2 (2007) 337-359.
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