Sol de la mañana (1952).
“Goethe -dice mirando el papel mientras las cámaras hacen zoom hacia sus delgados dedos- escribió que el propósito y finalidad de toda actividad (literaria) consiste en reproducir el mundo que nos rodea como si fuera el reflejo del mundo que está dentro de nosotros. Todo está revestido, recreado, relacionado, moldeado y reconstruido de una forma personal y original. Yo aplico esta idea a mi pintura. Para mí es fundamental”.
Edward Hopper
Habitación en Nueva York (1932).
Edward Hopper es un caso especial dentro de la pintura contemporánea. Su realismo va mucho más allá, tocando zonas del espíritu colectivo no sólo de su país natal, sino del ser humano en general. La luz con la cual solía bañar su pintura proviene de muy lejos, posiblemente de las especulaciones místicas que llevaron a los maestros medievales a dejar que invadiera las catedrales, de Zurbarán iluminando a sus monjes, o de George La Tour dejando que atravesara las manos de sus personajes. Todas esas luces fueron a parar al dominio de Hopper convirtiéndose en su caso, en un instrumento para acentuar figuras humanas sorprendidas en sus bares, cafeterías, interiores, o mansiones que parecen deshabitadas. ¿Cómo fue que este pintor llegó a concebir ese extraño mundo de personajes desahuciados por la vida? El pintor puede darnos la respuesta en una de sus declaraciones: El gran arte es la expresión externa de la vida interior del artista, y esta vida interior se plasmará en su visión personal del mundo. Ningún tipo de habilidad inventiva puede reemplazar el elemento esencial de la imaginación.
Carlos M. Luis
Extracto del artículo publicado en "El nuevo Herald"
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